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jueves, 6 de junio de 2013

Una pequeña historia de la edición

Mucho ha cambiado el montaje desde el "corta y pega" del celuloide a ojo y con tijeras. He aquí un repaso fugaz. Al principio, las primeras películas de argumento fueron ordenadas y montadas a mano por los mismos directores – ¿es que alguien más podía hacerlo?– y no fue hasta la aparición de la primera moviola que el trabajo  en la sala de montaje dio el primer paso su breve historia. Ésta hizo posible contemplar las imágenes en movimiento  a través de una pequeña lupa, lo que agilizaba el proceso  y facilitaba enormemente el trabajo, que en esencia seguía siendo el mismo. No fue hasta poco después, gracias a la irrupción del sonido , cuando se produjo el verdadero cambio radical del montaje: además de la imagen, ahora había que montar el sonido y hacer que ambos soportes estuvieran sincronizados. Ya no era suficiente el colocar un plano tras otro, había que combinar las imágenes, equilibrándolas con la precisión de un relojero por medio de la continuidad sonora.
Este problema hizo necesaria la aparición de técnicos especializados, y con aparición de las grandes compañías de producción y distribución se configuraron a su vez los equipos técnicos, así como las líneas de trabajo en equipo. Desde entonces, la opinión y decisión en la sala de montaje era compartida por tres personas: el productor, el guionista y, lógicamente, el montador, que, claro, montaba la película ajustándose inicialmente a la planificación fijada en el guión –que a su vez era supervisado por el guionista y el productor–. Posteriormente surgió un nuevo soporte, el magnético, que durante un tiempo complicó el empleo del sonido al tener que ser escuchado siempre en un lector de cabeza magnética. Sin embargo la evolución prosigue, y las posibilidades de la columna sonora se ampliaron hasta hacer posible enriquecerla con distintas bandas, tanto con diálogos como con efectos sonoros o músicas. Nuevas visionadoras provistas de dos pantallas y cabezas lectoras estaban llamadas a facilitar el trabajo del montador.
Fue la era del montaje clásico, en la que un equipo básico de montaje estaba compuesto por un montador jefe, un ayudante y un auxiliar. El primero trabajaba con el copión –el positivo no descartado en los visionados– y una banda magnética en la que se había repicado previamente el sonido. En la moviola, iba señalando los puntos de corte con un lápiz graso según las indicaciones del director. La película pasaba después a manos del ayudante, que la instalaba en unos rodillos y ejecutaba el trabajo más mecánico: el corte y el empalme. Al mismo tiempo, el auxiliar llevaba a cabo también la responsabilidad de archivar y enumerar las diferentes tomas, incluso los "descartes", que en un momento posterior siempre pueden hacer falta. Cuando el montador jefe conseguía finalmente afinar el montaje definitivo enviaba el copión al laboratorio. Allí, siguiendo los números identificativos de los fotogramas, –lo que en la profesión se conocía con el término "pietaje"–, se realizaba el corte del negativo y se dejaba la película lista para obtener las futuras copias de distribución necesarias.
 Este artículo es obra original de Teresa Sotoca Holgado y su publicación inicial procede del II Congreso Online del Observatorio para la CiberSociedad.

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